Cuando era niño, tenía un perrito al que quería mucho, un día se escapó y fue golpeado por un vehículo, herido y chillando llego a la casa y se echó en su agonía. Al acercarme a él para tratar de ayudarlo o cuando menos hacer menos dolorosas sus heridas intento morderme. Unos minutos después murió.
De esta forma solemos comportarnos cuando estamos heridos, por dentro queremos ser libres de ese dolor, arrancarlo para siempre del corazón, quizás lo hemos llevado por años, pero de la misma manera reaccionamos con aquellos que nos quieren ayudar, los queremos "morder", pensando que ellos también nos quieren lastimar.
Las heridas del corazón son quizás una de las cosas más díficiles de sanar, su dolor esta tan fresco como si hubiera sucedido apenas ayer. Pensamos que todos los demás harán lo mismo y ponemos un escudo protector para defendernos.
Solo cuando podemos abrir nuestro corazón y "arriesgarnos" a que alguien nos ayude, podremos entonces descargar todo el dolor y sufrimiento que hemos llevado por todo ese tiempo. Sé que no es algo sencillo ni una decisión fácil, pero es la única forma de ser libres, sanar y dejarlo en el pasado.
Jesucristo nos ofrece la oportunidad de una completa sanidad interior, él dijo: "Venid a mí todos los que están cansados y trabajados y yo os haré descansar". Sus palabras están llenas de esperanza y solución.
Cuando encontramos esa relación con el Señor, podremos así encontrar esa fuente de poder sanador que necesitamos. Las heridas no cesarán, algún día en el futuro volveremos a ser heridos, pero esta vez sabremos a quién acudir.
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